Mordisqueé su nuca durante un periodo indeterminado de tiempo, alimentando nuestro apetito sexual mientras retiraba el antifaz y la mordaza.
La ayudé a incorporarse y le expresé mi intención de jugar con las cuerdas.
- Lo que desee, Amo. Haga conmigo lo que quiera, pues soy suya
- Bien zorra. Empieza a interesarme acogerte, adiestrarte y modelarte a mi gusto; hacer de ti la esclava que anhelas y buscar la puta que llevas dentro, la cerda que sabrá complacerme con sólo mirarla.
- Gracias mi Amo
La ubiqué en el centro de la habitación y le realicé un bondage de senos que los convirtió en el centro de atención: erguidos, duros, enrojecidos y muy apetecibles.Ella no dejaba de mirarlos y sonreía satisfecha.
Los pezones estaban tan duros que me resultó dificultoso aplastarlos entre las yemas de mis dedos.
Los atrapé con los dientes y tiré de ellos hacia arriba, duro, arrancándole un gemido que me supo a poco. Seguí apretando mientras metí dos dedos en su vagina.
Inconscientemente, comenzó a mover su cadera consiguiendo que mis dedos la follaran.
Con el dedo gordo aplaste su clítoris para demostrarle que el ritmo lo marcaba yo.
Cesó de inmediato y con lágrimas en los ojos me pidió permiso para correrse.
A la muy puta le encantaba que le recordaran cuando sobrepasaba los limites; esa reprensión la mojaba entera.
- Aún no, guarra. Ya te diré cuando debes correrte.
Busqué la cajita de las pesas y tras pinzarle los pezones le fui colgando diferentes pesos, valorando cada reacción con variaciones en el castigo aplicado.
Tiene unos cuerpo fantástico, tan deseable que siento tentaciones de mostrarla desnuda en la calle y que todos puedan verla.
Con los pesos que pudo soportar colgando de sus pezones, le ordené que abriera las piernas. Inspeccioné su vagina con mis dedos, penetrándola despacio, recreándome, dando golpecitos en su clítoris o amasándolo entre mis dedos.
Su entrepierna fluía. Aceleré la velocidad de mis juegos. Mis manos subían a mover las pesas de sus pezones, bajaban a su ano, presionaban su clítoris, entraban en su vagina.
La noté muy alterada, con la respiración agitada. Intentaba no moverse para evitar el tintineo de las pesas y el consiguiente tirón de los pezones.
Cuando estaba muy excitada, le abofeteé la cara y le dije:
- Ahora córrete para tu dueño, puta
Sin necesidad de tocarla, aquellas palabras desencadenaron un orgasmo que terminó de desarbolarla frente a mi.
Tuve que tomarla entre mis brazos para evitar que se derrumbase.
Cuando finalizaron las convulsiones de su cuerpo, mirándome a los ojos me susurró:
- Gracias mi Señor
Después, bajando su mirada me dijo que quería más.
- Crees que estás caliente perra, ¿verdad?
- Mucho, mi Señor
- No tienes ni idea de lo que es estar caliente, pero te lo voy a mostrar, zorra
La icé manteniendo sus piernas abiertas, coloqué un par de pinzas en sus labios vaginales y encendí una vela que puse en el suelo, entre sus piernas.
El calor subía haciendo que sus caderas bailaran.
Le colgué dos pesos en las pinzas de los labios.
Tomé su barbilla con una mano y mirándola a los ojos le ordené que se pusiera en cuclillas.
La llama quedaba a un palmo de su vagina. Las pesas casi la rozaban. El calor se hacía insoportable.
Tome la fusta y azote una vez cada pecho. La cadena que portaba las pesas osciló de un lado para otro, recordándole el dolor en los pezones.
- ¿Ahora estás caliente, puta?
- Ardo, mi Señor
Saqué mi erección a la altura de su cara. Como respuesta, ella sacó la lengua intentando alcanzarla. Retrocedí un paso.
- Ven
Ella se levanto.
- Así no. Como estabas.
Volvió a su posición y avanzó en cuclillas. Estiró su lengua rozando mi glande.
Retrocedí de nuevo. Me alcanzó de un nuevo paso. Abrió su boca y bajo su mirada. Llevó sus manos a la espalda y esperó.
- Bien puta.
De una sola embestida, metí mi polla en su garganta. La dejé inmóvil. Aguantó las arcadas.
Inicié un movimiento de caderas, enérgico y constante, follándome su boca. Cada golpe le clavaba el pubis en la nariz. Luego la sacaba hasta dejarla apoyada en su labio inferior.
Nuestra excitación creció acompasada.
Cuando estaba a punto de derramarme en su garganta, la saqué de su boca, le tomé la cara entre mis manos y le dije que se corriera conmigo.
Estaba tan excitada que apenas escuchaba. La abofeteé y tras escupir en su boca se la clavé de nuevo. Entre sus gemidos me corrí llenando su boca. Note como alcanzaba un nuevo orgasmo.
Cayó sentada de culo mientras se preocupaba de no derramar mi semen.
Le retiré las pinzas y pesos de pechos y labios vaginales, entre gestos de dolor y satisfacción
Cuando tragó mi néctar, le dije que me limpiara la polla con su boca.
Durante media hora estuve disfrutando de su boca y lengua en mi pene, testículos y ano.
NUESTRA
sábado, 24 de agosto de 2013
miércoles, 14 de agosto de 2013
¿Una historia real? 2ª parte
Aproveché la intimidad del
ascensor para rebajar la presión de las vibraciones y con mis ojos clavados en
los suyos atrapé sus pezones entre mis dedos, retorciéndolos, mientras le decía
que no olvidara que era una puta a mi disposición y que ahora empezaba lo bueno.
Forcé aún más el giro de mis
muñecas para arrancarle un grito que acalló la apertura de las puertas del
ascensor.
En el pasillo de la planta,
frente a la puerta de la habitación, le dije que las perras no caminan a dos
patas y agarrándola del pelo la obligué a ponerse de rodillas. De reojo revisó
la presencia de alguien que pudiera verla. No te inquietes, le dije, ya he
mirado yo.
¿Acaso no confías en mí? Le pregunté algo
molesto mientras le impedía franquear la puerta.
Si Amo, lo siento mucho, discúlpeme,
contestó ella incorporándose.
Una bofetada le hizo recuperar la
postura. Entra perra, le indiqué, y quédate en el centro de la habitación hasta
que te diga.
Sé que la humillación a que había
sido sometida le excitaba, pero no quise otorgarle más prebendas de las
necesarias y la tuve más de quince minutos hostigada por mi indiferencia.
Imaginé sus pensamientos y me
recreé notando como crecía su
incertidumbre y su impaciencia.
Abrí mi maleta y busqué la
mordaza que provocaba en ella sentimientos encontrados; por sus confidencias
conozco el temor que les profesa y la excitación que le provocan una vez
colocadas. Además, uno de mis fetiches es hacer babear a una mujer con una
mordaza.
Sus ojos ratificaron mis
sospechas hasta que me privé de su preciosa visión al colocarle un antifaz. Privar
del sentido de la vista a una sumisa, aparte de ser un tópico, me posiciona en
una situación muy excitante.
La incorporé tirando de su pelo
hasta ponerla de pie y le dije que quería ver como se desnudaba para mí, que quería ver la perra que llevaba dentro y
que esperaba que fuera lo suficientemente convincente para que mis deseos por
usarla no defraudaran las expectativas que tenía puestas en ella.
A pesar de que su boca no podía
expresar, sé que sonreía halagada y consciente de que no me decepcionaría.
Comenzó a contornear su silueta,
dibujándola contra la pared, con ese sutil movimiento de caderas que sabe que
tanto me excita. Se recreó en lo que hacía, conocedora de lo que estaba
provocando en mí y fue dejando caer su vestido con delicadeza.
Sus pechos agitados, mostraban
unos pezones endurecidos. Su braga brasileña la hacía más sugerente. Sus manos
fueron recorriendo su cuerpo tal y como lo haría yo, acariciando y pellizcando
cada rincón.
Puse en funcionamiento la bala
vibradora, variando la intensidad con movimientos de mi mano. De inmediato la
memoria la traslado al grado de frenesí de la recepción y frotó con fuerza su
clítoris mientras se pellizcaba un pezón.
¡Quieta!
Su inmovilidad fue inmediata e
impecable. Los brazos a los costados, la cabeza inclinada hacia el suelo, las
piernas estiradas y abiertas a la altura de los hombros. Petrificada, aunque en
su cabeza bullían las posibilidades.
Me acerqué y levanté su barbilla
para besarle la mejilla. Muy bien puta, veo que sabes qué eres y a quién
perteneces.
Le apresé los pezones
alargándolos hacia el techo hasta dejarla de puntillas. En el punto de máximo
estiramiento los presioné. Las yemas de mis dedos casi se tocaban. Los retorcí.
Babeaba.
Al soltarlos permaneció de
puntillas. Bien zorrita. Seguro que estás empapada, ¿eh?
Mis manos buscaron su vagina; dos
dedos la penetraron sin contemplaciones, lo que consiguió que aún se elevara un
poco más. Chorreaba la muy puta.
Saqué la bala vibradora y de un
solo gesto rasgué su braga, desposeyéndola de la única coraza que la apartaba
de mí.
Empapados los dedos, jugaron con
su clítoris, pellizcando y golpeando. La sentí tan entregada que cuando levantó
la mano pidiendo permiso para correrse estuve a punto de complacerla.
Aún no. Espera.
La doble por la cintura llevando
sus manos al sillón del que me había levantado. Tuvo que abrir las piernas para
no perder estabilidad, ofreciéndome su culo.
Aproveché su excitación
resbalando entre mis dedos, para penetrarle el ano con un dedo. Una sacudida
facilitó el alojamiento del mismo. Comencé a masturbarla, aumentando
progresivamente el ritmo.
Un hilo procedente de su boca
empezó a mojar el suelo. Su respiración
era muy agitada. Dos dedos entraban y salían de su ano. Volvió a pedir permiso
para correrse.
Ahora voy a follarte el culo,
zorra. Te correrás cuando sientas mi semen en tu interior.
Gimió mientras se separaba una
nalga con la mano. Liberé mi erección y la lubrique con mi saliva. Al notar la
presión en la entrada de su ano, abrió más las piernas en súplica de que
cumpliera mis intenciones.
La penetré de una sola embestida
y en escasos minutos de conjunción, me derramé en su interior, provocando su obediente
orgasmo. Caímos derrotados al suelo.
¿Una historia real?
Llegó a la
estación acompañada de su marido. Tenía esa típica sonrisa nerviosa que implicaba
el bullir de sensaciones que se agolpaban en su cabeza. Miró de reojo,
buscándome, hasta que se cruzó con mis ojos, que la revisaban de pies a cabeza.
Instintivamente relajó su expresión e inclinó la cabeza en demostración de su
entrega.
Releí la portada del periódico,
dilatando deliberadamente la tensa espera.
La noté crecer en ansiedad, sin
encontrar el momento de subir al tren, mientras esperaba verme desaparecer en
el interior del vagón. Sé que, en su desasosiego, me imaginó abandonar la estación deleitándome con el castigo de
robarle ese fin de semana que habíamos planeado.
Su excitación, histérica, crecía
haciendo aflorar ese gesto de taconeo, al acercarse la hora de salida y
comprobar la indiferencia y pasividad de mi expresión corporal.
Besó a su marido y subió al tren
con la maleta en su mano izquierda y la incertidumbre en su entrepierna. No
pudo mirar hacia el banco donde estaba sentado.
Me acerqué por su espalda y
apoyando distraídamente mi mano en su respaldo, atrapé sutilmente su pelo
obligándola a mirarme. Sus ojos estaban cerrados pero sonreía, sabiéndome junto
a ella.
Le indiqué con dulzura que estaba
sentada en mi sitio y aprovechó el desplazamiento para dejar su vestido escandalosamente
subido, cual ramera vendiendo su producto, mientras entreabría sus piernas para
complacer mis deseos.
Cobijándome tras mi portátil,
aproveché para recorrer sus muslos y demostrarle que comprobaría si había
cumplido mis órdenes. Llegué a su entrepierna y me humedecí los dedos con su
pasión. Cerró los ojos, ahogando un suspiro, mientras yo tiraba de su braguita
y la sacaba de su vagina. Sutilmente la escondí en el interior de mi mano
impregnándome de su aroma, antes de meterla en el bolsillo de mi chaqueta.
Según tenía previsto y aprovechando
ese tramo oscuro del recorrido, la saqué de mi bolsillo y se la metí en la
boca, susurrándole al oído que fuera al baño, se masturbara mientras la
saboreaba y, tras correrse como una perra, se la pusiera y volviera al asiento.
La siguiente hora de viaje la
pasamos charlando relajadamente.
En su interior le esperaba una
bala vibradora de control remoto que debía introducir en su vagina.
Vigilé su regreso y cuando
apareció por el pasillo la puse en funcionamiento, arrancándome una sonrisa el
espasmo que le provocó y sus intentos de disimularlo.
Cuando llegó a mi altura y me
solicitó permiso para pasar, activé la máxima vibración retardando mi
incorporación mientras la miraba directamente a los ojos. Un impulso eléctrico
recorrió su espina dorsal. Apretó sus muslos y mordisqueó su labio inferior
disfrutando del momento.
Jugando con diferentes
movimientos de mi mano, que albergaba el control remoto, la fui llevando por
diferentes estados de ansiedad hasta que, próximos a la entrada en la estación,
le arranqué un nuevo orgasmo que silencié besándola profundamente y que la dejó
tirada en el asiento como una muñeca de trapo.
Detuve el artilugio que, tras la
tortura, le hacía brillar de una forma especial y la tomé de la mano para bajar
del tren.
Estaba preciosa y sus ojos
hablaban. Su sonrisa lo inundaba todo y no pude reprimir un azote en su trasero
al subir al taxi.
Llegando al hotel activé de nuevo
la bala, con una oscilación suficiente para que no la olvidara. Me miró
solicitando instrucciones, pero tan sólo encontró una sonrisa en mis labios que
provocó tensión en sus piernas e imprecisas expectativas que arquearon su
espalda mientras notaba la mirada del taxista a través del espejo retrovisor.
Durante el cheking en la
recepción del hotel, soportó las atentas explicaciones del empleado sin dejar
de mirar mi mano que, oscilando, dibujaba en el aire los estremecedores
espasmos que sentía con cada variación de las vibraciones.
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